viernes, 30 de septiembre de 2011

La democratización universitaria y el sentido de comunidad.

Las universidades chilenas atraviesan una etapa particular y sensible de la evolución permanente que las caracteriza y que les permite adaptarse a su entorno, conditio sine qua non que les asegura su permanencia. Es decir, la Universidad es permeable al impacto intrínseco de los vaivenes multidimensionales que experimenta su entorno y se adapta. Tal cual se comporta una estructura viva.
Como sistema, la Universidad está abierta a su entorno en lo que refiere al intercambio que la vincula; personas, ideas, procesos etc., pero al mismo tiempo está clausurada operacionalmente, pues es precisamente su red de operaciones, sustentada en un programa de instrucciones interno, lo que le da identidad, la distingue de lo que la rodea y determina el modo en que ella reacciona a los estímulos del entorno.

La Universidad es tradición y en el decurso de su historia ha sido impactada por cambios, unos más profundos que otros. Se inició cuando los seres humanos se ligaron entre sí por el amor al saber racional, crítico y análitico (filósofos), de este periodo de reflexiones que relevó la función política y social del saber, emergió posteriormente la idea de Universidad vinculada al Estado, idea que sucumbió en el momento en que Justiniano, emperador bizantino, clausuró la Escuela de Atenas. Con el éxito cultural de la Iglesia Cristiana éstas pasan a control monopólico docente de los eclesiásticos y hacia la segunda mitad de siglo XII y con el inmenso empuje de la inteligencia occidental, se origina un torbellino de humanismo que inició una revisón crítica de la sabiduría medieval escolástica y se sentaron las bases de la ciencia moderna. 
Es decir, la Universidad ha estado inserta en cambios profundos y, dado que ella responde autopoiéticamente como sistema vivo, se adaptó a estos cambios y hoy la tenemos viva y con nosotros, procesando las señales del entorno, para readecuar el programa instruccional interno y adaptarlo a las circunstancias actuales. Uno de esos programas a ser modificado tiene que ver con la concepción de COMUNIDAD
La comunidad, podemos decir, es la forma de expresión más natural y orgánica de toda relación interhumana. Es un agrupamiento colectivo que tiene -entre sus elementos ingredientes- un vínculo de unión de carácter espontáneo y natural. El pensamiento aristotélico, lo plasma muy bien cuando expresa: el hombre es un animal comunitario, es decir, es un ser que vive en comunidad, entendiendo por tal, la forma natural de vivir en común. Para diferenciarlo de la “Asociación”, esta última, es la organización de seres sociales que se propone la satisfacción de intereses comunes a sus miembros componentes.
Durante décadas la universidad chilena se ha regido por normas generadas e impuestas durante la dictadura militar, periodo en que ya sabemos, se intervino a las universidades. Entre estas directrices legales vigentes aún, una define la comunidad universitaria como constituida por alumnos y profesores, dejando al margen al estamento de funcionarios, eje también fundamental en dar vida a la comunidad y cuyos principios de visión/misión comparten y les son comunes a los otros dos cuerpos estamentales que la componen. Otras leyes, determinan exclusión explícita de funcionarios y estudiantes en las elecciones de autoridades unipersonales en el gobierno universitario. Es decir, la orgánica estructural de la comunidad universitaria, sostenida en normas dictaminadas hace ya 30 años, se comprende a estas alturas como extemporánea, ya que no representa el anhelo de participación plena y democrática de los tres estamentos que la constituyen y es a su vez amenazante ya que atenta en contra del proceso natural que tienen las comunidades de avanzar en este referente y en consecuencia deben ser derogadas.
Esta particular forma de haber visualizado a las comunidades universitarias ha tenido efectos en muchos hitos en el mapa de vida de las propias universidades. Uno de ellos, se ha ido fijando y se refiere a la necesidad de abrir los espacios de decisión que correspondan y apostar por una red de relaciones inclusivas y que nadie se sienta no representado al interior de la comunidad. Esta falencia conceptual, y lo expreso a modo de hipótesis o conjetura personal, ha puesto de manifiesto otros matices que derivan del escenario actual de movilizaciones. Lo que las universidades puedan ganar fruto de las movilizaciones actuales, depende de la calidad negociadora de uno de sus estamentos, el estudiantil. 
Reconozcamos que -al fin de cuentas- son los estudiantes a través de sus organizaciones quienes se han validado ante la mesa de negociaciones establecida. Por ello creo no errar al pensar que la organización estudiantil sobrepasó a otras organizaciones convencionales de agrupación conocidas que, al final, demostraron no poseer la fuerza para conmover y remecer un neoliberalismo llevado a extremos en Chile, catalizador de los ya conocidos problemas sociales en general y educacionales en particular.
Los estudiantes han aprendido a partir de los enormes beneficios que concede el aprendizaje. Margaret Mead[1], eminente antropóloga ya lo decía en 1969, los jóvenes ya no confían en los adultos, en sus formas, en sus tiempos. Los jóvenes están permeados a valores radicalmente distintos y hay evidencias de una verdadera ruptura generacional. Ante el dinero, ellos anteponen valores morales como la solidaridad, la equidad, la justicia; del arco iris heptacrómico, se rebelan contra lo amarillo; luchan no por ellos, sino por las generaciones futuras; a partir de nuestras conductas aprendieron (les enseñamos) a no confiar, se han hecho inmunes a nuestro relato y nuestro mapa de hitos históricos ha quedado irremediablemente obsoleto.
La triestamentalidad del sistema en consecuencia no debe pues concebirse como si se tratara de una arquitectónica de enlucido o del ordenamiento de elementos estáticos, sino que deberá describir la natural forma en que interactuamos una red de seres humanos en beneficio de la permanencia del sistema que constituimos. Ya no es posible entender el concepto de comunidad universitaria y su realidad, sino a través del prisma de análisis de todos los actores que la conforman. Ha florecido en la universidad y se ha instalado con fuerza la idea de establecer demandas colectivas y de largo plazo. La triestamentalidad, esto es, la vida en comunidad plena al interior de las instituciones de educación terciaria, es una de ellas.
La Facultad de Educación y Humanidades de la Universidad del Bío-Bío, a través de su Consejo de Facultad, ha tomado la decisión trascendental de incorporar a estudiantes y funcionarios en su estructura de trabajo periódico. Un ejercicio triestamental bienvenido que sirve como ejemplo concreto de voluntad hacia un aperturismo deseado. Ojalá este ejercicio sea emulado por otras facultades, que estos espacios de participación se empleen de la manera más responsable y que en el futuro cercano se puedan dar las bases legales para ir abriendo los espacios universitarios restantes a la participación plena de todos los estamentos.

[1]  Citada en Tironi Eugenio, E: Columna de opinión Diario El Mercurio, 13 de septiembre de 2011
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Dr. ENRIQUE ZAMORANO-PONCE
Laboratorio de Genética Toxicológica
Departamento de Ciencias Básicas
Universidad del Bío-Bío-Sede Chillán
ezamoran@biobio.cl

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